Lágrimas caían por las mejillas de Julieta. Un amor perdido, recuerdos inocentes rotos. Caminaba dando cortos pasos, levantando vagamente los pies del suelo. Su cuerpo caía como un bloque de acero en el mar, se derrumbaba poco a poco.
Llegó a su portal, entró en casa y cayó. Se desvaneció en la nada, como un cristal en pedazos, destrozada.
Su cabeza daba vueltas, su cuerpo le dolía, solo quería desaparecer.
La chica no podía más, con los ojos inundados y con la mente confundida, se quedó atrapada en el reino de Morfeo.
Nicolás llevaba las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, preguntándose si había echo algo bien. Su mente se hundía cada vez más en la duda de si recuperaría a Julieta., si le acariciaría el suave cabello chocolate, si la volvería a acunar en sus brazos.
Arturo gritaba por dentro, de rabia o de dolor, pero se deshacía. Su cara, agrietada y ensangrentada, le dolía menos que la impotencia de no haber podido moverse, de no poder decirle las cosas claras a Nicolás. El chico llevaba amándola en secreto mucho tiempo, un secreto que le había costado muy caro. Se retorcía por culpa de su cobardía, la de no haber mostrado sus sentimientos a Julieta mucho antes, antes de que el primero que pase por su lado le robe el corazón.
La chica se encontraba en un pradera sombría y oscura, resguardada por un infinito cielo gris, que la oprimía y presionaba, que la obligaba a correr. La hierba estaba quemada, los restos de ella se quedaban pegados al vestido inmaculado de Julieta. La chica miraba todo el paisaje con aire sorprendido y una sensación de miedo horrible. De pronto, unos lobos blancos como la nieve y de ojos rojos como la sangre dejaron su refugio y salieron a la macabra pradera, donde su próximo objetivo era Julieta. La chica corría, pero no avanzaba, gritaba, pero no emitía ningún sonido, caía y despertaba.
Julieta se despertó sobresaltada, con la cara sudosa y con restos de lágrimas en sus pómulos. Las luces estaban encendidas, la televisión también y un olor delicioso llenaba el ambiente. Sus padres habían llegado. La chica corrió al baño, y cerró la puerta. Lavó su cara y contempló su rostro en el espejo, el retrato de una muñeca rota. Apoyó sus manos sobre el lavabo y convenció a su cerebro de que quería parecer feliz.
Salió silenciosamente y con la cabeza baja, todavía pensando en su actuación. Respiró hondo y se encaminó hacia la cocina. Su madre estaba preparando la cena, algo que olía de maravilla, lo que hizo que el ánimo de Julieta mejorara por segundos.
- Hola, mamá. ¿Cómo está la abuela? - Dijo, tragándose las lágrimas, luchando por sonreír.
- Hola, cariño, cuando he llegado estabas dormida - Exclamó, dejando la olla atrás y dándome un abrazo y un gran beso - La abuela está mucho mejor, ya le han dado el alta, y está en casa, el fin de semana que viene podrías visitarla, quiere verte.
- Me alegro, pero no sé si podré - Dijo, terminando la conversación y girando sobre sus talones.
Subió las escaleras con rapidez y corrió hacia su habitación. Tras cerrar la puerta, dio un salto y aterrizó en su cama. Su voz, todavía dañada, necesitaba hablar. Entonces lo recordó, aquel día, el día del café, de las miradas ajenas, de los problemas, de los besos. De un brinco, se levantó y buscó a toda prisa en su cartera. Al fondo de esta había un pequeño papel, con algo escrito, la dirección y el número telefónico de Nicolás.
Cogió su móvil de la mesilla y se sentó sobre su alfombra. Marcó el número y puso el auricular sobre su oreja. Uno. Dos. Tres.
- ¿Sí? - Una voz ronca sonaba al otro lado del teléfono.
- Nicolás, soy yo. - Una lágrima solitaria cayó sobre su mejilla al pronunciar esas palabras.
- Ju...Julieta - Dijo, antes de caer en un llanto desconsolado.
- No, Nicolás, no, solo quiero hablar contigo, por favor. - Dijo Julieta, con un tono amargo en la voz.
- Si vas a decirme adiós, no lo digas, por favor, no me gustaría oírlo - Susurró el chico.
- No, no quiero decirte adiós, te digo que te perdono, que te quiero, solo a tí, lo siento - Colgó.
Un lo siento que lo reflejaba todo, como un pronombre de situaciones no previstas, de besos no anunciados, de amores inesperados. Un lo siento que reflejaba lo difícil que era amarle. Un lo siento que claramente decía lo complicado que se le hacía olvidar a Arturo.
jueves, 11 de octubre de 2012
jueves, 4 de octubre de 2012
Capítulo 12.
La rabia. Te arden los sesos intentando buscar una explicación a lo ocurrido, te alteras sin motivo y el pulso se te acelera. La sangre corre por tus venas a toda velocidad, tus puños se aprietan, tu corazón se agrieta.
Nicolás no podía estar en su cuerpo, su espíritu, una fiera. Quería gritar, quería saltar, quería romper en pedazos la cara de aquella figura que besaba a la chica, su chica.
Julieta luchaba por separar sus labios. Cogió con ambas manos las cara de Arturo y la empujó con fuerza, dando un paso hacia atrás. La chica dejó escapar una lágrima de recuerdos rotos. Y a lo lejos lo vió, Nicolás, con los puños cerrados, con la mirada clavada en el suelo, una mirada llena de odio que se iba levantando poco a poco y que se fijaba en Arturo.
La boca de la chica se abrió y lanzó un grito amargo, capaz de parar el tiempo. Un gritó que era inmune a la fuerza de Nicolás, el cuál corrió hasta llegar a Arturo.
Nicolás lanzó a Arturo al suelo. El chico comenzó a atizarle una continua serie de puñetazos que daban fuertemente contra la cara y el pecho del muchacho, indefenso.
Julieta tiró del brazo de Nicolás, y este, de un manotazo, la lanzó contra el suelo.
El chico se paralizó, se levantó y miró con cara desencajada a Julieta. No podía creerse como la había tratado, la había tirado al suelo sin razón, como si de un juguete roto se tratase. Gritos mudos sonaban en su interior, abrió la boca, pero solo consiguió emitir sonidos sin ningún sentido.
- Ju…Julieta - Dijo con voz temblorosa, solo podía pronunciar su nombre, el nombre de lo que más amaba.
- Aléjate de mi - Dijo la chica huyendo de él, mientras se ponía en pie.
La mirada de Julieta hirió al chico en lo más profundo. Lo miraba como un monstruo miserable, un chico sin amor, un chico sin corazón, sin razón de vivir.
Quizás a partir de ese momento, fuera cierto, ya que creía que Julieta había salido de su vida para siempre.
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