miércoles, 28 de noviembre de 2012

Capítulo 15.



Un día perfectamente tranquilo amanecía con aires veraniegos, una temperatura agradable, un día perfectamente perfecto.

Él, sentado en la silla de plástico de la cafetería, miraba sin esperar a nadie. Solo, en compañía de un café cappuccino y su libro favorito. La terraza vacía.

La plaza estaba salpicada por algunas madres con sus hijos, un paseo matutino. Las pequeñas manos de los bebés intentaban cortar el viento, coger el cielo con sus manos. Ajenos a todos y sorprendidos por todo.

Los puestos de flores, que hacía rato que estaban abiertos, estaban llenos de macetas con plantas de todos los colores y formas, algo que caracterizaba a ese lugar, sin duda. Algunas mujeres, entradas en años, compraban con aire entristecido, quizá pensando en el que recibirá esa flor, una persona querida, fallecida.

La muerte y la vida se encuentran en esa plaza. Unidas por pensamientos o hechos, se enlazan en ese punto de encuentro.



Ella caminaba lentamente por la acera derecha de la calle principal. Su camisa se agitaba suavemente con la brisa que corría entre su ser y el mundo.
Llegó a la plaza y decidió sentarse en la terraza de la cafetería. Una mesa al leve sol que alumbraba la mañana, hizo que sus manos entraran en calor, que sus mejillas retomaran el color.
Se sentó en una silla y esperó a que el camarero la atendiera. Un café con leche, poco cargado.

Con el café en la mesa y su bolso en otra silla a su lado. Comenzó a leer, las páginas de un libro que formaban parte de su vida. Líneas que permanecían en su mente, grabadas, y allí quedarían.

Una ráfaga de viento hizo que sus cabellos se desplazaran hacia su cara. Levantó la vista de las palabras para apartar los suaves mechones de su rostro cuando lo vio.

El mismo libro, la misma cafetería a la misma hora. Un cruce de miradas que lo decía todo. Una sonrisa.

Él se levantó de la mesa. Se desplazó con cuidado hasta la mesa de la chica y se presentó, cortésmente.

- Hola, soy Leo – dijo con timidez- he visto que estás leyendo el mismo libro que yo… Y todavía no había encontrado a nadie que lo conociera… ¿Te importa que me siente?

- No… Siéntate si quieres… - Dijo la chica, con aire amistoso- Me llamo Julieta y sí, es mi libro favorito, no puedo parar de leerlo, siempre que lo leo le encuentro un matiz nuevo… Me encanta.

- Nunca he conocido a nadie que lea este libro – Entonces Julieta se percató en que tenía los ojos de un verde esmeralda.

- Pues ya la conoces – Dijo, mirando fijamente a sus ojos. Un mar de color. Soltó una sonrisita nerviosa y siguió tomando a sorbos su café.

Los dos rieron, comentaron y charlaron durante toda la mañana. Se miraban a los ojos, con confianza y sin miedo.
Él, la acompaño a casa, y hablaron durante todo el camino, de cosas que no importaban en absoluto al resto del mundo, pero para ellos era lo más remoto de su existencia.

Él ya lo sabía, ella lo tenía que descubrir.


Dos besos en las mejillas, inocente, señal de una futura buena amistad.


Julieta entró en casa, subió las escaleras y entró en su cuarto. Las paredes rosa claro la recibieron calurosamente. Liberó a su pelo y se tendió sobre la cama, hacia arriba.

Y se dio cuenta, no había pensado en otra cosa. Sus pensamientos de aquella mañana no habían estado en lo que pasó algunos días atrás, su mente solo se había concentrado en él. Leo.


domingo, 11 de noviembre de 2012

Capítulo 14.


''He estado mucho tiempo sin publicar, y la verdad, es que no me llegaba nada de inspiración. Además, no creo que nadie siga mi blog enserio, así que, seguiré publicando capítulos, pero más lentamente. Gracias :) ''


La chica, aturdida, con los ojos empañados en soledad y su corazón empapado de tristeza, se tumbó sobre su cama, intentando olvidar, pasar página. Alcanzó su reproductor de música, el cual se encontraba en la mesa, y comenzaron las melodías.
Una canción después de otra, canciones que penetraban en su cerebro, que la tranquilizaban, que le borraban las lágrimas del rostro.

Poco a poco, su cuerpo se sentía cada vez más cansado, sus ojos se cerraron. Se dejó atrapar por el reino de los sueños, donde nadie podía hacerle dado, o quizás sí.

‘‘Una habitación cerraba, sin ninguna vía de escape; ventanas selladas, puertas de acero, solo una bombilla iluminaba la penumbra, como un rayo de sol en las tinieblas.

Julieta se sentía aturdida, tenía los ojos cansados, pero se le hacía imposible cerrarlos, parecía que la cafeína corría por sus venas. Se levantó con cuidado y lentamente. Las manchas oscuras en su vestido blanco parecían recientes. Manchas negras, grises y rojas. Un rojo sangre que salpicaba la tela blanquecina.

Caminó con sus pies descalzos por la habitación, llena de aire cargado. Se dirigió hacia la puerta, la cual era oscura y tenía una pequeña rejilla de cristal que podía abrirse y cerrarse. Colocó su mirada ante esta, y de pronto unos ojos negros como el carbón, brillantes y ansiosos de dolor, llenos de odio, se posaron delante de ella. Esa mirada endemoniada asustó a la chica. Julieta retrocedió sin dejar de mirar a esa criatura, no podía dejar de hacerlo.

De pronto, de las paredes grises y chorreantes de suciedad, aparecieron pequeños cañones, los cuales estaban por todos lados, acorralándola.
Del techo surgió una espesa lluvia negra, que inundó por completo el suelo de aquella caja de zapatos. Gasolina. No.

La chica comenzó a gritar, los cañones comenzaron a disparar fuego, la criatura desconocida comenzó a sonreír.

Su carne, tierna y sucia, ardía en cálidas llamas que calaban hasta los huesos. Todo estaba ardiendo, consumiéndose. La bombilla explotó. La puerta se abrió.


La mirada oscura retiró el fuego de su camino con un suave movimiento de brazos

Se acercó a ella, que no paraba de consumirse en llamas. Los ojos de la chica estaban muy abiertos, unos párpados desnudos recubrían el ojo, que pronto comenzaría a derretirse como la mantequilla.

- Ya eres mía – Dijo la criatura.

Una carcajada retumbó en las paredes. Julieta cayó en el mar de fuego, cerró los ojos y despertó’’


Un suspiro recogió las emociones de la chica, la cual rebotó en la cama al abrir sus ojos, pero se calmó al tocarse la suave piel de su brazo.

Un sueño horrible, un pesadilla que manifestó sus sentimientos. Atrapada, sin salida, todas las miradas puestas en ella y no sabía lo que debía hacer.

Al levantarse de la cama, todo estaba oscuro. Miró el reloj de su mesilla y marcaba las 5 de la mañana. Ya era sábado.

Miró a su alrededor, algo confundida aun, y se dirigió a su ordenador. Lo encendió y comenzó a navegar por la red. Le había llegado un mensaje.

Arturo.

‘‘No sé ni por dónde empezar, pienso que estoy tan confuso como tú, Julieta, no sé qué decirte, pero sé que no te voy a decir lo que pensar, por que tus pensamientos es una de las pocas cosas que posees con libertad.
Tampoco te voy a obligar a que me quieras, porque no quiero falsas promesas ni palabras. Solo quiero que seas feliz, conmigo o sin mí. Quiero que cuando leas este mensaje contestes, solo para demostrar que todavía te importo, pero no lo contestes si no me quieres dar una oportunidad. Desapareceré de tu vida, nos ignoraremos y haremos como que no ha pasado nada. Te quiero, pero se ve que tú ya no sientes lo mismo por mí. Me equivoqué, debería de haberte amado cuando podía, no dejarme llevar por las palabras de otros que hoy ni siquiera son mis amigos, debería haberme ido hacia tu camino, debería haberte cogido la cara con ambas manos y sostenerte, solo para decirte que estoy contigo, que nunca te dejaré, y que cuando quieras hablarme, te contestaré.’’


A Julieta se le paró el sentido. ¿Le contestaba? Obviamente el seguiría formando parte de su vida, no podía dejarlo atrás, aunque solo fuera en sus recuerdos. Él le importaba. Pero decidió no contestar, por el momento.

Siguió navegando por internet hasta que el cielo comenzó a aclararse y los pájaros comenzaron a cantar. El calor ya se notaba, comenzaba a llegar el verano, la primavera en su ciudad duraba muy poco.

Recogió su melena en un pequeño moño con algunos mechones sueltos y se dirigió al armario para coger algo de ropa, iba a salir.
Tenía ganas de un café, leer, estar en paz.

Eligió unos vaqueros suaves y no muy gruesos, una camisa blanca suelta y fina y un pañuelo de colores.

Después de asearse para borrar los rasgos típicos de un trasnochador, comenzó a preparar su bolso: Su libro favorito, su móvil, su reproductor de música y algo de dinero.

Se calzó sus botas y comenzó a bajar las escaleras con cuidado. Dejó una nota que explicaba su rumbo sobre la mesa de la cocina, cogió las llaves y salió.

El aire limpio de la mañana, revivió a sus pulmones. El cielo estaba despejado, una brisa fresca acunaba a las hojas de los árboles y leves y débiles rayos de sol asomaban en la acera.

Un día perfecto, pero ella no sabía cuánto.

jueves, 11 de octubre de 2012

Capítulo 13.

Lágrimas caían por las mejillas de Julieta. Un amor perdido, recuerdos inocentes rotos. Caminaba dando cortos pasos, levantando vagamente los pies del suelo. Su cuerpo caía como un bloque de acero en el mar, se derrumbaba poco a poco.
Llegó a su portal, entró en casa y cayó. Se desvaneció en la nada, como un cristal en pedazos, destrozada.
Su cabeza daba vueltas, su cuerpo le dolía, solo quería desaparecer.
La chica no podía más, con los ojos inundados y con la mente confundida, se quedó atrapada en el reino de Morfeo.


Nicolás llevaba las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, preguntándose si había echo algo bien. Su mente se hundía cada vez más en la duda de si recuperaría a Julieta., si le acariciaría el suave cabello chocolate, si la volvería a acunar en sus brazos.


Arturo gritaba por dentro, de rabia o de dolor, pero se deshacía. Su cara, agrietada y ensangrentada, le dolía menos que la impotencia de no haber podido moverse, de no poder decirle las cosas claras a Nicolás. El chico llevaba amándola en secreto mucho tiempo, un secreto que le había costado muy caro. Se retorcía por culpa de su cobardía, la de no haber mostrado sus sentimientos a Julieta mucho antes, antes de que el primero que pase por su lado le robe el corazón.



La chica se encontraba en un pradera sombría y oscura, resguardada por un infinito cielo gris, que la oprimía y presionaba, que la obligaba a correr. La hierba estaba quemada, los restos de ella se quedaban pegados al vestido inmaculado de Julieta. La chica miraba todo el paisaje con aire sorprendido y una sensación de miedo horrible. De pronto, unos lobos blancos como la nieve y de ojos rojos como la sangre dejaron su refugio y salieron a la macabra pradera, donde su próximo objetivo era Julieta. La chica corría, pero no avanzaba, gritaba, pero no emitía ningún sonido, caía y despertaba.

Julieta se despertó sobresaltada, con la cara sudosa y con restos de lágrimas en sus pómulos. Las luces estaban encendidas, la televisión también y un olor delicioso llenaba el ambiente. Sus padres habían llegado. La chica corrió al baño, y cerró la puerta. Lavó su cara y contempló su rostro en el espejo, el retrato de una muñeca rota. Apoyó sus manos sobre el lavabo y convenció a su cerebro de que quería parecer feliz.

Salió silenciosamente y con la cabeza baja, todavía pensando en su actuación. Respiró hondo y se encaminó hacia la cocina. Su madre estaba preparando la cena, algo que olía de maravilla, lo que hizo que el ánimo de Julieta mejorara por segundos.

- Hola, mamá. ¿Cómo está la abuela? - Dijo, tragándose las lágrimas, luchando por sonreír.
- Hola, cariño, cuando he llegado estabas dormida - Exclamó, dejando la olla atrás y dándome un abrazo y un gran beso - La abuela está mucho mejor, ya le han dado el alta, y está en casa, el fin de semana que viene podrías visitarla, quiere verte.
- Me alegro, pero no sé si podré - Dijo, terminando la conversación y girando sobre sus talones.

Subió las escaleras con rapidez y corrió hacia su habitación. Tras cerrar la puerta, dio un salto y aterrizó en su cama. Su voz, todavía dañada, necesitaba hablar. Entonces lo recordó, aquel día, el día del café, de las miradas ajenas, de los problemas, de los besos. De un brinco, se levantó y buscó a toda prisa en su cartera. Al fondo de esta había un pequeño papel, con algo escrito, la dirección y el número telefónico de Nicolás.

Cogió su móvil de la mesilla y se sentó sobre su alfombra. Marcó el número y puso el auricular sobre su oreja. Uno. Dos. Tres.

- ¿Sí? - Una voz ronca sonaba al otro lado del teléfono.
- Nicolás, soy yo. - Una lágrima solitaria cayó sobre su mejilla al pronunciar esas palabras.
- Ju...Julieta - Dijo, antes de caer en un llanto desconsolado.
- No, Nicolás, no, solo quiero hablar contigo, por favor. - Dijo Julieta, con un tono amargo en la voz.
- Si vas a decirme adiós, no lo digas, por favor, no me gustaría oírlo - Susurró el chico.
- No, no quiero decirte adiós, te digo que te perdono, que te quiero, solo a tí, lo siento - Colgó.

Un lo siento que lo reflejaba todo, como un pronombre de situaciones no previstas, de besos no anunciados, de amores inesperados. Un lo siento que reflejaba lo difícil que era amarle. Un lo siento que claramente decía lo complicado que se le hacía olvidar a Arturo.

jueves, 4 de octubre de 2012

Capítulo 12.


La rabia. Te arden los sesos intentando buscar una explicación a lo ocurrido, te alteras sin motivo y el pulso se te acelera. La sangre corre por tus venas a toda velocidad, tus puños se aprietan, tu corazón se agrieta.

Nicolás no podía estar en su cuerpo, su espíritu, una fiera. Quería gritar, quería saltar, quería romper en pedazos la cara de aquella figura que besaba a la chica, su chica.

Julieta luchaba por separar sus labios. Cogió con ambas manos las cara de Arturo y la empujó con fuerza, dando un paso hacia atrás. La chica dejó escapar una lágrima de recuerdos rotos. Y a lo lejos lo vió, Nicolás, con los puños cerrados, con la mirada clavada en el suelo, una mirada llena de odio que se iba levantando poco a poco y que se fijaba en Arturo.

La boca de la chica se abrió y lanzó un grito amargo, capaz de parar el tiempo. Un gritó que era inmune a la fuerza de Nicolás, el cuál corrió hasta llegar a Arturo.

Nicolás lanzó a Arturo al suelo. El chico comenzó a atizarle una continua serie de puñetazos que daban fuertemente contra la cara y el pecho del muchacho, indefenso.
Julieta tiró del brazo de Nicolás, y este, de un manotazo, la lanzó contra el suelo.

El chico se paralizó, se levantó y miró con cara desencajada a Julieta. No podía creerse como la había tratado, la había tirado al suelo sin razón, como si de un juguete roto se tratase. Gritos mudos sonaban en su interior, abrió la boca, pero solo consiguió emitir sonidos sin ningún sentido.

- Ju…Julieta - Dijo con voz temblorosa, solo podía pronunciar su nombre, el nombre de lo que más amaba.

- Aléjate de mi - Dijo la chica huyendo de él, mientras se ponía en pie.

La mirada de Julieta hirió al chico en lo más profundo. Lo miraba como un monstruo miserable, un chico sin amor, un chico sin corazón, sin razón de vivir.

Quizás a partir de ese momento, fuera cierto, ya que creía que Julieta había salido de su vida para siempre.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Capítulo 11.


El día se hizo eterno. Una extensión infinita de horas que pasaban como lustros. Los sentimientos, cada vez más profundos, oprimian a Julieta, haciendo de su corazón un total vacío donde se consumían sus penas y lamentos. Le gustaría aprender a vivir sin sentimientos, sin una manera de ver las cosas determinada, sin personalidad, invisible para todos. Esos sentimientos que tanto despreciaba, son los que ahora le estaban jugando una mala pasada. No estaba segura de nada, no estaba segura de cómo ordenar sus pensamientos, no estaba segura de cómo podía volver a casa, no estaba segura de a quién amar.


Su mente se posaba en el árbol del pasado, como un pajarillo risueño y cantarín, sonaban las notas de su infancia. Un pequeño Arturo correteaba por las arenosas calles del parque, con los brazos extendidos, como un avión que surca el cielo en busca de aventuras, como una brisa ligera de verano. Una niña menuda y muy morena corría detrás de él, con un vestido azul y un gran lazo marrón en la espalda, prestaba su cabello al viento, que lo mecía como las suaves notas de una sinfonía.
Risas de niños sonaban por aquellos años, risas que ya no existen, risas que se gastaron en los momentos felices del ayer.

Julieta ya no sonreía como en aquellos momentos. Nadie la juzgaba, nadie le decía lo que hacer. Podía actuar como quisiera, nadie la observaba si lo hacía mal. No tenía preocupaciones ni responsabilidades. Era feliz.



La campana sonó y Julieta despertó de sus recuerdos. Recogió las cosas a toda prisa sin percatarse de que Nicolás la esperaba, paciente. Ella no tenía ganas de hablar con nadie, había experimentado muchas cosas ese día, no estaba preparada. Un beso del que una vez fue el rey de sus pensamientos, una humillación que hacía tiempo que no sentía, y un amor que vino por sorpresa. Demasiado para una chica de dieciséis años que empezaba a vivir.

Cogió su cartera y corrió por el estrecho pasillo de mesas para llegar a la puerta. Nicolás la retuvo, la agrarró por la cintura y le levantó levemente la barbilla con los dedos. La miró a los ojos, ojos marinos que miraron a la chica con aire inocente. La besó sin mediar palabra, la besó con calma y lentamente, sin prisa, sin fuerza. Un beso de amor que rozó levemente la superficie de su corazón.
La chica miró a Nicolás y despegó los labios para pronunciar un leve sonido que decía: Me tengo que ir.



Julieta corrió por el pasillo hasta la salida y se sintió libre de ataduras al cruzar la puerta. Ese día solo quería estar en casa, sola y en silencio, sin que nadie la molestara, sin que nadie le preguntara nada. Solo quería llorar si quería, reir si le venía en gana. Quería ser ella.

Andaba a paso ligero por el camino a casa, con las manos dentro de su chaqueta marrón claro, cuando escuchó unos pasos nerviosos aproximandose. La chica no le prestó atención, pero en cuanto esa figura la agarró del brazo, ya era algo personal.
Se dio media vuelta y lo vió:

- Dejame en paz - Dijo al chico.
- Pero, Julieta, escúchame - Suplicó Arturo, juntando las manos a modo de petición.
- Te doy solo cinco segundos para disculparte, solo puedes decir cinco palabras para ganarte un perdón que nunca llegará, pero te doy la oportunidad, si es lo que quieres, y empiezan ya - Dijo Julieta, burlona y sin ganas.
- Te quiero, te quiero, te quiero.

Su labios se fundieron de nuevo, otro beso inesperado, Julieta se sentía atrapada e incómoda, Arturo se sentía el más afortunado y sonreía como un loco por dentro.

Nicolás, el cuál lo observaba todo desde la entrada al instituto, sintió como si su corazón se rompiera en pedazos.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Capítulo 10.


Mientras los labios de Julieta y Arturo se hacían uno sin intención, Nicolás esperaba impaciente en el pasillo. Daba vueltas caminando con las manos metidas en los bolsillos. Manos nerviosas que sudaban a mares con tan solo pensar en la chica.
‘’Julieta estaba confusa y con los ojos cubiertos de lágrimas - pensaba el chico - ese tal Arturo podría estar haciendole cualquier cosa’’- conluyó Nicolás, suponiendo lo peor.

Nicolás decidió buscarla, alterado por la situación, no podía más. Recorrió pasillos luminosos y fríos, agudizando el oído, para atisbar el menor ruido.


Julieta intentaba resistirse a su cárcel de recuerdos. Los brazos fuertes y entrenados de Arturo sujetaban los suyos. No podía moverse y quería separar sus labios rápidamente. Consiguió soltar una mano con la que atisbó una fuerte bofetada en el lado derecho de la cara del chico.

- ¡¿Estás loco?!  ¿Me has echo daño, lo sabes? ¡Déjame salir inmediatamente! - dijo Julieta con una fuerza y potencia increíbles.

Arturo no sabía que decir, el momento tan esperado de su existencia acababa de ocurrir, no imaginaba que fuera de esa forma, pero se sentía plenamente feliz de haber rozado, al fin, los labios de Julieta.

De repente se abrió la puerta. Una figura masculina se distinguía gracias a los rayos de luz que abundaban en el exterior del armario de limpieza. Nicolás miraba a la pareja con cara perpleja y desencajada. Su mundo se vino abajo cuando los sorprendió juntos. Una lágrima cayó por su rostro. Y sin decir nada se marchó.

- ¡No! - dijo alzando, todo lo que pudo, la voz. La chica corría detrás del muchacho, hasta que consiguió agarrar la parte trasera de su camisa.

- No es lo que parece, Nicolás, yo… yo no quería, el me cogió por sorpresa.. yo… perdona. - con los ojos aun humedecidos, Julieta comenzó de nuevo con su llanto. La angustia e impotencia de no poder dar una explicación coherente, fluían por su mente, haciendo que no reaccionara.

- No me tienes que explicar nada. He visto como lo mirabas en los pasillos, se te nota en la mirada. Lo siento si he sido una pérdida de tiempo.

- Nicolás, no quiero ni que te ronde ese pensamiento por la cabeza. Yo soy tuya y tu eres mio. Todo el daño que él hizo en un pasado lo has reparado tu. No me importa cuando te haya conocido, ni como has cambiado mi vida en un instante. Solo sé que te quiero, y lo creas o no, lo hago de verdad.

- Te creo. - una tímida sonrisa se asomó bajo sus labios, lo que hizo que Julieta sonriera.

Se fundieron en un abrazo cálido como el sol de primavera. Julieta reía debilmente sobre su hombro, mientras que la mirada de Nicolás atravesaba la figura del joven Arturo.

Se miraban con aire desafiante, confundidos y, sobre todo, enamorados de la misma chica. Julieta.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Capítulo 9.


La risa de Carla fue disminuyendo mientras que Arturo fue avanzando por el pasillo. Ella lo miró con cara de víctima, cara de falsa. Suplicándole palabras mudas a través de la mirada, sintiendose culpable por una vez en la vida.

- ¿Se puede saber qué está pasando aquí? - preguntó enfadado, todos imaginaron que ese estado de ánimo venía por la reacción de Carla, su novia, pero nadie sabía que venía por la humillación de Julieta.

- Nada, yo solo… verás, ella… yo no… - tartamudeaba nerviosa y sin coherencia en la voz, Carla, mientas miraba a su efímero amor de instituto y a su víctima llorando de corazón.

- ¡Eh! ¿Se puede saber que estais mirando? Salid por la puerta, a empujones o a rastras, pero salid ya - gritó enfurecido el chico, desaciendose en mil pedazos cuando miraba a Julieta y Nicolás fundiendose en un abrazo.- Y en cuanto a ti - dijo mirando a Carla - no quiero verte en la vida ¿me oyes? piérdete.

Carla miró con ojos llorosos a Arturo, aquel con el que había compartido tantos momentos, una persona que quería de verdad, se desvanecía de su mente. Derramó una suave lágrima que, por primera vez, no eran de cocodrilo. Estaba destrozada, su ataque se había vuelto en su contra. Corrió pasillo abajo y se desvaneció con la multitud de muchachos.

Julieta lloraba en el hombro de Nicolás, mientras este la abrazaba pegandola cada vez más contra su pecho, no quería que se rompiera y tener que recoger sus pedazos por el suelo, quería tenerla con él, por el resto de su vida.  Ella manchaba su camisa azul cielo de lágrimas que brotaban de sus ojos como el agua en una cascada, no podía parar. Suaves y saladas lágrimas cargadas de dolor y recuerdos que la hacían lanzar gritos ahogados contra estos. Agarraba con fuerza su camisa, sentía que si soltaba a aquel chico, se desmontaría como un juguete roto y viejo.

Arturo lo observaba todo con unos ojos profundos, proyectaba cada segundo de ese momento en lo más profundo de su corazón. Sentía que se quemaba por dentro, no podía contener la rabia que sentía por aquel chico que acunaba a su amada en brazos seguros. Debería ser él quién la tomara para consolarla cuando llorara, reirle sus carcajadas y reflejarse en sus ojos castaños, esos ojos que lo volvían loco.
Su tez morena fue tornandose cada vez más rosácea, hasta llegar al límite de su furia. Tomó fuerzas de donde no había y consiguió calmarse hasta soltar:


- Ju…Julieta, ¿puedo hablar contigo? - Tragó saliva, los nervios le atormentaban los sesos y su pulso se aceleraba cada vez más y más.

- No creo que sea buena idea… - Dijo Nicolás, pasando su mirada de Julieta a Arturo.

- Creo que no te he preguntado a ti. - Gritó Arturo con ojos desafiantes.

- Dejalo Nicolás, solo será un momento - Contestó la chica, deshaciendose de los brazos cálidos de Nicolás.

Arturo la cogió del brazo y la condujo tres pasillos más allá. Julieta estaba asustada, no sabía qué iba a hacer, estaba rojo de rabia, no se imaginaba que el chico que vagamente ocupaba su mente ahora, la estuviese conduciendo por el instituto como un niño pequeño.

Llegaron a la puerta del material de mantenimiento y la empujó dentro. La chica tenía miedo, y en sus ojos llorosos se reflejaba ese sentimiento.

Arturo se colocó delante de ella, mirando hacía sus zapatos y con una respiración muy acelerada. En ese momento, Julieta recordó al antiguo Arturo, aquel con el que compartía las tardes de la niñez, aquel niño con el que corría por las calles y jugaba a los piratas, ese niño de los ojos marrones que te calaban hasta el alma.

- ¿Te ocurre algo, Arturo? - Dijo Julieta preocupada, con un timbre nervioso en la voz.

- Julieta, quiero que sepas - dijo sin aliento- que nunca te he olvidado, nunca he olvidado esos momentos, y he sido un estúpido cambiando se esta forma. Nunca has salido de mis pensamientos, siempre has estado ahí, nunca has sido invisible para mí.

- No entiendo por que me dices estas cosas ahora, no tienen sentido alguno - Dijo la chica, pensando en aquellos momentos de burlas donde participaba Arturo, cuando regresaba a su casa llorando, cuando se deshacía por dentro.

- Yo sé que me he comportado como un ser despreciable, pero te pido perdón, todas las cosas que te dije hace años, no las pensaba de verdad, solo quería integrarme, y cuando lo pensaba, solo quería irme detrás de tí para decirte que no me tomaras en serio, yo solo quería…

- Cállate, y dejame salir de aquí - Dijo cortante Julieta, dolida por las palabras de Arturo.

- No, no te voy a dejar salir hasta que me digas que me perdonas. - Los ojos de Julieta se reflejaban en los suyos. Arturo se sentía culpable, quería volver atrás, arreglar las cosas, y salir felizmente agarrando la mano de Julieta.

- Te he dicho que me dejes en paz, todo va mejor si no nos prestamos atención, he aprendido a vivir con ello, y no, no te perdono, ¿acaso sabes todo lo que pasé en aquel curso infernal? ¿sabes cuanto me dolió las palabras que salieron de tu boca? ¿sabes cuantas lágrimas derramé? ¿sabes como recordaba esos momentos cuando éramos niños y como me dolia verte convertido en un mounstruo? ¿lo sabes? no, así que un simple perdón no basta.

- Pero… Julieta, yo…yo - Tartamudeó el chico.

- ¿Tú qué? - Julieta estaba asqueada de que personas que la ignoraban, quisieran arreglarlo todo con un simple perdón, algo que con Arturo sería algo diferente.

- Te… echo de menos. - Julieta tenía los ojos como platos, la boca abierta de la sorpresa. No pensaba que su amor secreto, un sentimiento que habíha guardado durante años, sintiera algo por ella, la chica invisible.

- ¿Qué tu… - La chica no pudo terminar, tenía aun los ojos abiertos cuando Arturo puso sus labios contra los de Julieta, sin previo aviso, la chica no se lo esperaba. El la besó con violencia, con rabia e impotencia. Ella se resistía, pero los brazos de Arturo sujetaban los suyos. Estaba atrapada en su propio deseo.