domingo, 30 de septiembre de 2012

Capítulo 11.


El día se hizo eterno. Una extensión infinita de horas que pasaban como lustros. Los sentimientos, cada vez más profundos, oprimian a Julieta, haciendo de su corazón un total vacío donde se consumían sus penas y lamentos. Le gustaría aprender a vivir sin sentimientos, sin una manera de ver las cosas determinada, sin personalidad, invisible para todos. Esos sentimientos que tanto despreciaba, son los que ahora le estaban jugando una mala pasada. No estaba segura de nada, no estaba segura de cómo ordenar sus pensamientos, no estaba segura de cómo podía volver a casa, no estaba segura de a quién amar.


Su mente se posaba en el árbol del pasado, como un pajarillo risueño y cantarín, sonaban las notas de su infancia. Un pequeño Arturo correteaba por las arenosas calles del parque, con los brazos extendidos, como un avión que surca el cielo en busca de aventuras, como una brisa ligera de verano. Una niña menuda y muy morena corría detrás de él, con un vestido azul y un gran lazo marrón en la espalda, prestaba su cabello al viento, que lo mecía como las suaves notas de una sinfonía.
Risas de niños sonaban por aquellos años, risas que ya no existen, risas que se gastaron en los momentos felices del ayer.

Julieta ya no sonreía como en aquellos momentos. Nadie la juzgaba, nadie le decía lo que hacer. Podía actuar como quisiera, nadie la observaba si lo hacía mal. No tenía preocupaciones ni responsabilidades. Era feliz.



La campana sonó y Julieta despertó de sus recuerdos. Recogió las cosas a toda prisa sin percatarse de que Nicolás la esperaba, paciente. Ella no tenía ganas de hablar con nadie, había experimentado muchas cosas ese día, no estaba preparada. Un beso del que una vez fue el rey de sus pensamientos, una humillación que hacía tiempo que no sentía, y un amor que vino por sorpresa. Demasiado para una chica de dieciséis años que empezaba a vivir.

Cogió su cartera y corrió por el estrecho pasillo de mesas para llegar a la puerta. Nicolás la retuvo, la agrarró por la cintura y le levantó levemente la barbilla con los dedos. La miró a los ojos, ojos marinos que miraron a la chica con aire inocente. La besó sin mediar palabra, la besó con calma y lentamente, sin prisa, sin fuerza. Un beso de amor que rozó levemente la superficie de su corazón.
La chica miró a Nicolás y despegó los labios para pronunciar un leve sonido que decía: Me tengo que ir.



Julieta corrió por el pasillo hasta la salida y se sintió libre de ataduras al cruzar la puerta. Ese día solo quería estar en casa, sola y en silencio, sin que nadie la molestara, sin que nadie le preguntara nada. Solo quería llorar si quería, reir si le venía en gana. Quería ser ella.

Andaba a paso ligero por el camino a casa, con las manos dentro de su chaqueta marrón claro, cuando escuchó unos pasos nerviosos aproximandose. La chica no le prestó atención, pero en cuanto esa figura la agarró del brazo, ya era algo personal.
Se dio media vuelta y lo vió:

- Dejame en paz - Dijo al chico.
- Pero, Julieta, escúchame - Suplicó Arturo, juntando las manos a modo de petición.
- Te doy solo cinco segundos para disculparte, solo puedes decir cinco palabras para ganarte un perdón que nunca llegará, pero te doy la oportunidad, si es lo que quieres, y empiezan ya - Dijo Julieta, burlona y sin ganas.
- Te quiero, te quiero, te quiero.

Su labios se fundieron de nuevo, otro beso inesperado, Julieta se sentía atrapada e incómoda, Arturo se sentía el más afortunado y sonreía como un loco por dentro.

Nicolás, el cuál lo observaba todo desde la entrada al instituto, sintió como si su corazón se rompiera en pedazos.

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