miércoles, 28 de noviembre de 2012

Capítulo 15.



Un día perfectamente tranquilo amanecía con aires veraniegos, una temperatura agradable, un día perfectamente perfecto.

Él, sentado en la silla de plástico de la cafetería, miraba sin esperar a nadie. Solo, en compañía de un café cappuccino y su libro favorito. La terraza vacía.

La plaza estaba salpicada por algunas madres con sus hijos, un paseo matutino. Las pequeñas manos de los bebés intentaban cortar el viento, coger el cielo con sus manos. Ajenos a todos y sorprendidos por todo.

Los puestos de flores, que hacía rato que estaban abiertos, estaban llenos de macetas con plantas de todos los colores y formas, algo que caracterizaba a ese lugar, sin duda. Algunas mujeres, entradas en años, compraban con aire entristecido, quizá pensando en el que recibirá esa flor, una persona querida, fallecida.

La muerte y la vida se encuentran en esa plaza. Unidas por pensamientos o hechos, se enlazan en ese punto de encuentro.



Ella caminaba lentamente por la acera derecha de la calle principal. Su camisa se agitaba suavemente con la brisa que corría entre su ser y el mundo.
Llegó a la plaza y decidió sentarse en la terraza de la cafetería. Una mesa al leve sol que alumbraba la mañana, hizo que sus manos entraran en calor, que sus mejillas retomaran el color.
Se sentó en una silla y esperó a que el camarero la atendiera. Un café con leche, poco cargado.

Con el café en la mesa y su bolso en otra silla a su lado. Comenzó a leer, las páginas de un libro que formaban parte de su vida. Líneas que permanecían en su mente, grabadas, y allí quedarían.

Una ráfaga de viento hizo que sus cabellos se desplazaran hacia su cara. Levantó la vista de las palabras para apartar los suaves mechones de su rostro cuando lo vio.

El mismo libro, la misma cafetería a la misma hora. Un cruce de miradas que lo decía todo. Una sonrisa.

Él se levantó de la mesa. Se desplazó con cuidado hasta la mesa de la chica y se presentó, cortésmente.

- Hola, soy Leo – dijo con timidez- he visto que estás leyendo el mismo libro que yo… Y todavía no había encontrado a nadie que lo conociera… ¿Te importa que me siente?

- No… Siéntate si quieres… - Dijo la chica, con aire amistoso- Me llamo Julieta y sí, es mi libro favorito, no puedo parar de leerlo, siempre que lo leo le encuentro un matiz nuevo… Me encanta.

- Nunca he conocido a nadie que lea este libro – Entonces Julieta se percató en que tenía los ojos de un verde esmeralda.

- Pues ya la conoces – Dijo, mirando fijamente a sus ojos. Un mar de color. Soltó una sonrisita nerviosa y siguió tomando a sorbos su café.

Los dos rieron, comentaron y charlaron durante toda la mañana. Se miraban a los ojos, con confianza y sin miedo.
Él, la acompaño a casa, y hablaron durante todo el camino, de cosas que no importaban en absoluto al resto del mundo, pero para ellos era lo más remoto de su existencia.

Él ya lo sabía, ella lo tenía que descubrir.


Dos besos en las mejillas, inocente, señal de una futura buena amistad.


Julieta entró en casa, subió las escaleras y entró en su cuarto. Las paredes rosa claro la recibieron calurosamente. Liberó a su pelo y se tendió sobre la cama, hacia arriba.

Y se dio cuenta, no había pensado en otra cosa. Sus pensamientos de aquella mañana no habían estado en lo que pasó algunos días atrás, su mente solo se había concentrado en él. Leo.


domingo, 11 de noviembre de 2012

Capítulo 14.


''He estado mucho tiempo sin publicar, y la verdad, es que no me llegaba nada de inspiración. Además, no creo que nadie siga mi blog enserio, así que, seguiré publicando capítulos, pero más lentamente. Gracias :) ''


La chica, aturdida, con los ojos empañados en soledad y su corazón empapado de tristeza, se tumbó sobre su cama, intentando olvidar, pasar página. Alcanzó su reproductor de música, el cual se encontraba en la mesa, y comenzaron las melodías.
Una canción después de otra, canciones que penetraban en su cerebro, que la tranquilizaban, que le borraban las lágrimas del rostro.

Poco a poco, su cuerpo se sentía cada vez más cansado, sus ojos se cerraron. Se dejó atrapar por el reino de los sueños, donde nadie podía hacerle dado, o quizás sí.

‘‘Una habitación cerraba, sin ninguna vía de escape; ventanas selladas, puertas de acero, solo una bombilla iluminaba la penumbra, como un rayo de sol en las tinieblas.

Julieta se sentía aturdida, tenía los ojos cansados, pero se le hacía imposible cerrarlos, parecía que la cafeína corría por sus venas. Se levantó con cuidado y lentamente. Las manchas oscuras en su vestido blanco parecían recientes. Manchas negras, grises y rojas. Un rojo sangre que salpicaba la tela blanquecina.

Caminó con sus pies descalzos por la habitación, llena de aire cargado. Se dirigió hacia la puerta, la cual era oscura y tenía una pequeña rejilla de cristal que podía abrirse y cerrarse. Colocó su mirada ante esta, y de pronto unos ojos negros como el carbón, brillantes y ansiosos de dolor, llenos de odio, se posaron delante de ella. Esa mirada endemoniada asustó a la chica. Julieta retrocedió sin dejar de mirar a esa criatura, no podía dejar de hacerlo.

De pronto, de las paredes grises y chorreantes de suciedad, aparecieron pequeños cañones, los cuales estaban por todos lados, acorralándola.
Del techo surgió una espesa lluvia negra, que inundó por completo el suelo de aquella caja de zapatos. Gasolina. No.

La chica comenzó a gritar, los cañones comenzaron a disparar fuego, la criatura desconocida comenzó a sonreír.

Su carne, tierna y sucia, ardía en cálidas llamas que calaban hasta los huesos. Todo estaba ardiendo, consumiéndose. La bombilla explotó. La puerta se abrió.


La mirada oscura retiró el fuego de su camino con un suave movimiento de brazos

Se acercó a ella, que no paraba de consumirse en llamas. Los ojos de la chica estaban muy abiertos, unos párpados desnudos recubrían el ojo, que pronto comenzaría a derretirse como la mantequilla.

- Ya eres mía – Dijo la criatura.

Una carcajada retumbó en las paredes. Julieta cayó en el mar de fuego, cerró los ojos y despertó’’


Un suspiro recogió las emociones de la chica, la cual rebotó en la cama al abrir sus ojos, pero se calmó al tocarse la suave piel de su brazo.

Un sueño horrible, un pesadilla que manifestó sus sentimientos. Atrapada, sin salida, todas las miradas puestas en ella y no sabía lo que debía hacer.

Al levantarse de la cama, todo estaba oscuro. Miró el reloj de su mesilla y marcaba las 5 de la mañana. Ya era sábado.

Miró a su alrededor, algo confundida aun, y se dirigió a su ordenador. Lo encendió y comenzó a navegar por la red. Le había llegado un mensaje.

Arturo.

‘‘No sé ni por dónde empezar, pienso que estoy tan confuso como tú, Julieta, no sé qué decirte, pero sé que no te voy a decir lo que pensar, por que tus pensamientos es una de las pocas cosas que posees con libertad.
Tampoco te voy a obligar a que me quieras, porque no quiero falsas promesas ni palabras. Solo quiero que seas feliz, conmigo o sin mí. Quiero que cuando leas este mensaje contestes, solo para demostrar que todavía te importo, pero no lo contestes si no me quieres dar una oportunidad. Desapareceré de tu vida, nos ignoraremos y haremos como que no ha pasado nada. Te quiero, pero se ve que tú ya no sientes lo mismo por mí. Me equivoqué, debería de haberte amado cuando podía, no dejarme llevar por las palabras de otros que hoy ni siquiera son mis amigos, debería haberme ido hacia tu camino, debería haberte cogido la cara con ambas manos y sostenerte, solo para decirte que estoy contigo, que nunca te dejaré, y que cuando quieras hablarme, te contestaré.’’


A Julieta se le paró el sentido. ¿Le contestaba? Obviamente el seguiría formando parte de su vida, no podía dejarlo atrás, aunque solo fuera en sus recuerdos. Él le importaba. Pero decidió no contestar, por el momento.

Siguió navegando por internet hasta que el cielo comenzó a aclararse y los pájaros comenzaron a cantar. El calor ya se notaba, comenzaba a llegar el verano, la primavera en su ciudad duraba muy poco.

Recogió su melena en un pequeño moño con algunos mechones sueltos y se dirigió al armario para coger algo de ropa, iba a salir.
Tenía ganas de un café, leer, estar en paz.

Eligió unos vaqueros suaves y no muy gruesos, una camisa blanca suelta y fina y un pañuelo de colores.

Después de asearse para borrar los rasgos típicos de un trasnochador, comenzó a preparar su bolso: Su libro favorito, su móvil, su reproductor de música y algo de dinero.

Se calzó sus botas y comenzó a bajar las escaleras con cuidado. Dejó una nota que explicaba su rumbo sobre la mesa de la cocina, cogió las llaves y salió.

El aire limpio de la mañana, revivió a sus pulmones. El cielo estaba despejado, una brisa fresca acunaba a las hojas de los árboles y leves y débiles rayos de sol asomaban en la acera.

Un día perfecto, pero ella no sabía cuánto.

jueves, 11 de octubre de 2012

Capítulo 13.

Lágrimas caían por las mejillas de Julieta. Un amor perdido, recuerdos inocentes rotos. Caminaba dando cortos pasos, levantando vagamente los pies del suelo. Su cuerpo caía como un bloque de acero en el mar, se derrumbaba poco a poco.
Llegó a su portal, entró en casa y cayó. Se desvaneció en la nada, como un cristal en pedazos, destrozada.
Su cabeza daba vueltas, su cuerpo le dolía, solo quería desaparecer.
La chica no podía más, con los ojos inundados y con la mente confundida, se quedó atrapada en el reino de Morfeo.


Nicolás llevaba las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, preguntándose si había echo algo bien. Su mente se hundía cada vez más en la duda de si recuperaría a Julieta., si le acariciaría el suave cabello chocolate, si la volvería a acunar en sus brazos.


Arturo gritaba por dentro, de rabia o de dolor, pero se deshacía. Su cara, agrietada y ensangrentada, le dolía menos que la impotencia de no haber podido moverse, de no poder decirle las cosas claras a Nicolás. El chico llevaba amándola en secreto mucho tiempo, un secreto que le había costado muy caro. Se retorcía por culpa de su cobardía, la de no haber mostrado sus sentimientos a Julieta mucho antes, antes de que el primero que pase por su lado le robe el corazón.



La chica se encontraba en un pradera sombría y oscura, resguardada por un infinito cielo gris, que la oprimía y presionaba, que la obligaba a correr. La hierba estaba quemada, los restos de ella se quedaban pegados al vestido inmaculado de Julieta. La chica miraba todo el paisaje con aire sorprendido y una sensación de miedo horrible. De pronto, unos lobos blancos como la nieve y de ojos rojos como la sangre dejaron su refugio y salieron a la macabra pradera, donde su próximo objetivo era Julieta. La chica corría, pero no avanzaba, gritaba, pero no emitía ningún sonido, caía y despertaba.

Julieta se despertó sobresaltada, con la cara sudosa y con restos de lágrimas en sus pómulos. Las luces estaban encendidas, la televisión también y un olor delicioso llenaba el ambiente. Sus padres habían llegado. La chica corrió al baño, y cerró la puerta. Lavó su cara y contempló su rostro en el espejo, el retrato de una muñeca rota. Apoyó sus manos sobre el lavabo y convenció a su cerebro de que quería parecer feliz.

Salió silenciosamente y con la cabeza baja, todavía pensando en su actuación. Respiró hondo y se encaminó hacia la cocina. Su madre estaba preparando la cena, algo que olía de maravilla, lo que hizo que el ánimo de Julieta mejorara por segundos.

- Hola, mamá. ¿Cómo está la abuela? - Dijo, tragándose las lágrimas, luchando por sonreír.
- Hola, cariño, cuando he llegado estabas dormida - Exclamó, dejando la olla atrás y dándome un abrazo y un gran beso - La abuela está mucho mejor, ya le han dado el alta, y está en casa, el fin de semana que viene podrías visitarla, quiere verte.
- Me alegro, pero no sé si podré - Dijo, terminando la conversación y girando sobre sus talones.

Subió las escaleras con rapidez y corrió hacia su habitación. Tras cerrar la puerta, dio un salto y aterrizó en su cama. Su voz, todavía dañada, necesitaba hablar. Entonces lo recordó, aquel día, el día del café, de las miradas ajenas, de los problemas, de los besos. De un brinco, se levantó y buscó a toda prisa en su cartera. Al fondo de esta había un pequeño papel, con algo escrito, la dirección y el número telefónico de Nicolás.

Cogió su móvil de la mesilla y se sentó sobre su alfombra. Marcó el número y puso el auricular sobre su oreja. Uno. Dos. Tres.

- ¿Sí? - Una voz ronca sonaba al otro lado del teléfono.
- Nicolás, soy yo. - Una lágrima solitaria cayó sobre su mejilla al pronunciar esas palabras.
- Ju...Julieta - Dijo, antes de caer en un llanto desconsolado.
- No, Nicolás, no, solo quiero hablar contigo, por favor. - Dijo Julieta, con un tono amargo en la voz.
- Si vas a decirme adiós, no lo digas, por favor, no me gustaría oírlo - Susurró el chico.
- No, no quiero decirte adiós, te digo que te perdono, que te quiero, solo a tí, lo siento - Colgó.

Un lo siento que lo reflejaba todo, como un pronombre de situaciones no previstas, de besos no anunciados, de amores inesperados. Un lo siento que reflejaba lo difícil que era amarle. Un lo siento que claramente decía lo complicado que se le hacía olvidar a Arturo.

jueves, 4 de octubre de 2012

Capítulo 12.


La rabia. Te arden los sesos intentando buscar una explicación a lo ocurrido, te alteras sin motivo y el pulso se te acelera. La sangre corre por tus venas a toda velocidad, tus puños se aprietan, tu corazón se agrieta.

Nicolás no podía estar en su cuerpo, su espíritu, una fiera. Quería gritar, quería saltar, quería romper en pedazos la cara de aquella figura que besaba a la chica, su chica.

Julieta luchaba por separar sus labios. Cogió con ambas manos las cara de Arturo y la empujó con fuerza, dando un paso hacia atrás. La chica dejó escapar una lágrima de recuerdos rotos. Y a lo lejos lo vió, Nicolás, con los puños cerrados, con la mirada clavada en el suelo, una mirada llena de odio que se iba levantando poco a poco y que se fijaba en Arturo.

La boca de la chica se abrió y lanzó un grito amargo, capaz de parar el tiempo. Un gritó que era inmune a la fuerza de Nicolás, el cuál corrió hasta llegar a Arturo.

Nicolás lanzó a Arturo al suelo. El chico comenzó a atizarle una continua serie de puñetazos que daban fuertemente contra la cara y el pecho del muchacho, indefenso.
Julieta tiró del brazo de Nicolás, y este, de un manotazo, la lanzó contra el suelo.

El chico se paralizó, se levantó y miró con cara desencajada a Julieta. No podía creerse como la había tratado, la había tirado al suelo sin razón, como si de un juguete roto se tratase. Gritos mudos sonaban en su interior, abrió la boca, pero solo consiguió emitir sonidos sin ningún sentido.

- Ju…Julieta - Dijo con voz temblorosa, solo podía pronunciar su nombre, el nombre de lo que más amaba.

- Aléjate de mi - Dijo la chica huyendo de él, mientras se ponía en pie.

La mirada de Julieta hirió al chico en lo más profundo. Lo miraba como un monstruo miserable, un chico sin amor, un chico sin corazón, sin razón de vivir.

Quizás a partir de ese momento, fuera cierto, ya que creía que Julieta había salido de su vida para siempre.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Capítulo 11.


El día se hizo eterno. Una extensión infinita de horas que pasaban como lustros. Los sentimientos, cada vez más profundos, oprimian a Julieta, haciendo de su corazón un total vacío donde se consumían sus penas y lamentos. Le gustaría aprender a vivir sin sentimientos, sin una manera de ver las cosas determinada, sin personalidad, invisible para todos. Esos sentimientos que tanto despreciaba, son los que ahora le estaban jugando una mala pasada. No estaba segura de nada, no estaba segura de cómo ordenar sus pensamientos, no estaba segura de cómo podía volver a casa, no estaba segura de a quién amar.


Su mente se posaba en el árbol del pasado, como un pajarillo risueño y cantarín, sonaban las notas de su infancia. Un pequeño Arturo correteaba por las arenosas calles del parque, con los brazos extendidos, como un avión que surca el cielo en busca de aventuras, como una brisa ligera de verano. Una niña menuda y muy morena corría detrás de él, con un vestido azul y un gran lazo marrón en la espalda, prestaba su cabello al viento, que lo mecía como las suaves notas de una sinfonía.
Risas de niños sonaban por aquellos años, risas que ya no existen, risas que se gastaron en los momentos felices del ayer.

Julieta ya no sonreía como en aquellos momentos. Nadie la juzgaba, nadie le decía lo que hacer. Podía actuar como quisiera, nadie la observaba si lo hacía mal. No tenía preocupaciones ni responsabilidades. Era feliz.



La campana sonó y Julieta despertó de sus recuerdos. Recogió las cosas a toda prisa sin percatarse de que Nicolás la esperaba, paciente. Ella no tenía ganas de hablar con nadie, había experimentado muchas cosas ese día, no estaba preparada. Un beso del que una vez fue el rey de sus pensamientos, una humillación que hacía tiempo que no sentía, y un amor que vino por sorpresa. Demasiado para una chica de dieciséis años que empezaba a vivir.

Cogió su cartera y corrió por el estrecho pasillo de mesas para llegar a la puerta. Nicolás la retuvo, la agrarró por la cintura y le levantó levemente la barbilla con los dedos. La miró a los ojos, ojos marinos que miraron a la chica con aire inocente. La besó sin mediar palabra, la besó con calma y lentamente, sin prisa, sin fuerza. Un beso de amor que rozó levemente la superficie de su corazón.
La chica miró a Nicolás y despegó los labios para pronunciar un leve sonido que decía: Me tengo que ir.



Julieta corrió por el pasillo hasta la salida y se sintió libre de ataduras al cruzar la puerta. Ese día solo quería estar en casa, sola y en silencio, sin que nadie la molestara, sin que nadie le preguntara nada. Solo quería llorar si quería, reir si le venía en gana. Quería ser ella.

Andaba a paso ligero por el camino a casa, con las manos dentro de su chaqueta marrón claro, cuando escuchó unos pasos nerviosos aproximandose. La chica no le prestó atención, pero en cuanto esa figura la agarró del brazo, ya era algo personal.
Se dio media vuelta y lo vió:

- Dejame en paz - Dijo al chico.
- Pero, Julieta, escúchame - Suplicó Arturo, juntando las manos a modo de petición.
- Te doy solo cinco segundos para disculparte, solo puedes decir cinco palabras para ganarte un perdón que nunca llegará, pero te doy la oportunidad, si es lo que quieres, y empiezan ya - Dijo Julieta, burlona y sin ganas.
- Te quiero, te quiero, te quiero.

Su labios se fundieron de nuevo, otro beso inesperado, Julieta se sentía atrapada e incómoda, Arturo se sentía el más afortunado y sonreía como un loco por dentro.

Nicolás, el cuál lo observaba todo desde la entrada al instituto, sintió como si su corazón se rompiera en pedazos.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Capítulo 10.


Mientras los labios de Julieta y Arturo se hacían uno sin intención, Nicolás esperaba impaciente en el pasillo. Daba vueltas caminando con las manos metidas en los bolsillos. Manos nerviosas que sudaban a mares con tan solo pensar en la chica.
‘’Julieta estaba confusa y con los ojos cubiertos de lágrimas - pensaba el chico - ese tal Arturo podría estar haciendole cualquier cosa’’- conluyó Nicolás, suponiendo lo peor.

Nicolás decidió buscarla, alterado por la situación, no podía más. Recorrió pasillos luminosos y fríos, agudizando el oído, para atisbar el menor ruido.


Julieta intentaba resistirse a su cárcel de recuerdos. Los brazos fuertes y entrenados de Arturo sujetaban los suyos. No podía moverse y quería separar sus labios rápidamente. Consiguió soltar una mano con la que atisbó una fuerte bofetada en el lado derecho de la cara del chico.

- ¡¿Estás loco?!  ¿Me has echo daño, lo sabes? ¡Déjame salir inmediatamente! - dijo Julieta con una fuerza y potencia increíbles.

Arturo no sabía que decir, el momento tan esperado de su existencia acababa de ocurrir, no imaginaba que fuera de esa forma, pero se sentía plenamente feliz de haber rozado, al fin, los labios de Julieta.

De repente se abrió la puerta. Una figura masculina se distinguía gracias a los rayos de luz que abundaban en el exterior del armario de limpieza. Nicolás miraba a la pareja con cara perpleja y desencajada. Su mundo se vino abajo cuando los sorprendió juntos. Una lágrima cayó por su rostro. Y sin decir nada se marchó.

- ¡No! - dijo alzando, todo lo que pudo, la voz. La chica corría detrás del muchacho, hasta que consiguió agarrar la parte trasera de su camisa.

- No es lo que parece, Nicolás, yo… yo no quería, el me cogió por sorpresa.. yo… perdona. - con los ojos aun humedecidos, Julieta comenzó de nuevo con su llanto. La angustia e impotencia de no poder dar una explicación coherente, fluían por su mente, haciendo que no reaccionara.

- No me tienes que explicar nada. He visto como lo mirabas en los pasillos, se te nota en la mirada. Lo siento si he sido una pérdida de tiempo.

- Nicolás, no quiero ni que te ronde ese pensamiento por la cabeza. Yo soy tuya y tu eres mio. Todo el daño que él hizo en un pasado lo has reparado tu. No me importa cuando te haya conocido, ni como has cambiado mi vida en un instante. Solo sé que te quiero, y lo creas o no, lo hago de verdad.

- Te creo. - una tímida sonrisa se asomó bajo sus labios, lo que hizo que Julieta sonriera.

Se fundieron en un abrazo cálido como el sol de primavera. Julieta reía debilmente sobre su hombro, mientras que la mirada de Nicolás atravesaba la figura del joven Arturo.

Se miraban con aire desafiante, confundidos y, sobre todo, enamorados de la misma chica. Julieta.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Capítulo 9.


La risa de Carla fue disminuyendo mientras que Arturo fue avanzando por el pasillo. Ella lo miró con cara de víctima, cara de falsa. Suplicándole palabras mudas a través de la mirada, sintiendose culpable por una vez en la vida.

- ¿Se puede saber qué está pasando aquí? - preguntó enfadado, todos imaginaron que ese estado de ánimo venía por la reacción de Carla, su novia, pero nadie sabía que venía por la humillación de Julieta.

- Nada, yo solo… verás, ella… yo no… - tartamudeaba nerviosa y sin coherencia en la voz, Carla, mientas miraba a su efímero amor de instituto y a su víctima llorando de corazón.

- ¡Eh! ¿Se puede saber que estais mirando? Salid por la puerta, a empujones o a rastras, pero salid ya - gritó enfurecido el chico, desaciendose en mil pedazos cuando miraba a Julieta y Nicolás fundiendose en un abrazo.- Y en cuanto a ti - dijo mirando a Carla - no quiero verte en la vida ¿me oyes? piérdete.

Carla miró con ojos llorosos a Arturo, aquel con el que había compartido tantos momentos, una persona que quería de verdad, se desvanecía de su mente. Derramó una suave lágrima que, por primera vez, no eran de cocodrilo. Estaba destrozada, su ataque se había vuelto en su contra. Corrió pasillo abajo y se desvaneció con la multitud de muchachos.

Julieta lloraba en el hombro de Nicolás, mientras este la abrazaba pegandola cada vez más contra su pecho, no quería que se rompiera y tener que recoger sus pedazos por el suelo, quería tenerla con él, por el resto de su vida.  Ella manchaba su camisa azul cielo de lágrimas que brotaban de sus ojos como el agua en una cascada, no podía parar. Suaves y saladas lágrimas cargadas de dolor y recuerdos que la hacían lanzar gritos ahogados contra estos. Agarraba con fuerza su camisa, sentía que si soltaba a aquel chico, se desmontaría como un juguete roto y viejo.

Arturo lo observaba todo con unos ojos profundos, proyectaba cada segundo de ese momento en lo más profundo de su corazón. Sentía que se quemaba por dentro, no podía contener la rabia que sentía por aquel chico que acunaba a su amada en brazos seguros. Debería ser él quién la tomara para consolarla cuando llorara, reirle sus carcajadas y reflejarse en sus ojos castaños, esos ojos que lo volvían loco.
Su tez morena fue tornandose cada vez más rosácea, hasta llegar al límite de su furia. Tomó fuerzas de donde no había y consiguió calmarse hasta soltar:


- Ju…Julieta, ¿puedo hablar contigo? - Tragó saliva, los nervios le atormentaban los sesos y su pulso se aceleraba cada vez más y más.

- No creo que sea buena idea… - Dijo Nicolás, pasando su mirada de Julieta a Arturo.

- Creo que no te he preguntado a ti. - Gritó Arturo con ojos desafiantes.

- Dejalo Nicolás, solo será un momento - Contestó la chica, deshaciendose de los brazos cálidos de Nicolás.

Arturo la cogió del brazo y la condujo tres pasillos más allá. Julieta estaba asustada, no sabía qué iba a hacer, estaba rojo de rabia, no se imaginaba que el chico que vagamente ocupaba su mente ahora, la estuviese conduciendo por el instituto como un niño pequeño.

Llegaron a la puerta del material de mantenimiento y la empujó dentro. La chica tenía miedo, y en sus ojos llorosos se reflejaba ese sentimiento.

Arturo se colocó delante de ella, mirando hacía sus zapatos y con una respiración muy acelerada. En ese momento, Julieta recordó al antiguo Arturo, aquel con el que compartía las tardes de la niñez, aquel niño con el que corría por las calles y jugaba a los piratas, ese niño de los ojos marrones que te calaban hasta el alma.

- ¿Te ocurre algo, Arturo? - Dijo Julieta preocupada, con un timbre nervioso en la voz.

- Julieta, quiero que sepas - dijo sin aliento- que nunca te he olvidado, nunca he olvidado esos momentos, y he sido un estúpido cambiando se esta forma. Nunca has salido de mis pensamientos, siempre has estado ahí, nunca has sido invisible para mí.

- No entiendo por que me dices estas cosas ahora, no tienen sentido alguno - Dijo la chica, pensando en aquellos momentos de burlas donde participaba Arturo, cuando regresaba a su casa llorando, cuando se deshacía por dentro.

- Yo sé que me he comportado como un ser despreciable, pero te pido perdón, todas las cosas que te dije hace años, no las pensaba de verdad, solo quería integrarme, y cuando lo pensaba, solo quería irme detrás de tí para decirte que no me tomaras en serio, yo solo quería…

- Cállate, y dejame salir de aquí - Dijo cortante Julieta, dolida por las palabras de Arturo.

- No, no te voy a dejar salir hasta que me digas que me perdonas. - Los ojos de Julieta se reflejaban en los suyos. Arturo se sentía culpable, quería volver atrás, arreglar las cosas, y salir felizmente agarrando la mano de Julieta.

- Te he dicho que me dejes en paz, todo va mejor si no nos prestamos atención, he aprendido a vivir con ello, y no, no te perdono, ¿acaso sabes todo lo que pasé en aquel curso infernal? ¿sabes cuanto me dolió las palabras que salieron de tu boca? ¿sabes cuantas lágrimas derramé? ¿sabes como recordaba esos momentos cuando éramos niños y como me dolia verte convertido en un mounstruo? ¿lo sabes? no, así que un simple perdón no basta.

- Pero… Julieta, yo…yo - Tartamudeó el chico.

- ¿Tú qué? - Julieta estaba asqueada de que personas que la ignoraban, quisieran arreglarlo todo con un simple perdón, algo que con Arturo sería algo diferente.

- Te… echo de menos. - Julieta tenía los ojos como platos, la boca abierta de la sorpresa. No pensaba que su amor secreto, un sentimiento que habíha guardado durante años, sintiera algo por ella, la chica invisible.

- ¿Qué tu… - La chica no pudo terminar, tenía aun los ojos abiertos cuando Arturo puso sus labios contra los de Julieta, sin previo aviso, la chica no se lo esperaba. El la besó con violencia, con rabia e impotencia. Ella se resistía, pero los brazos de Arturo sujetaban los suyos. Estaba atrapada en su propio deseo.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Capítulo 8.


Cómplices de miradas, momentos efímeros en los que sus ojos se cruzaban entre explicación y explicación. Sonrisas a medias, sonrisas que necesitaban leerse entre líneas.

Julieta gastaba las primeras horas de la mañana con Nicolás separados por un estrecho pasillo. Era un amor adolescente, de esos que cambian el rumbo de tu vida y marcan para siempre. El fuego de un amor quinceañero es más fuerte que el mundo. Pero ninguno lo sabía.

Al ser jóvenes, vivían rápido, cabalgaban en aventuras de las cuales no pensaban en las consecuencias, eran libres a su manera. Rebeldes. Indomables.

La primera parte de la jornada terminó, pero a las chicas Carla y Julieta, se les había pasado volando, por motivos totalmente opuestos.

Julieta soñaba mientras el profesor de matemáticas explicaba la lección, en construir una felicidad que durara lo bastante como para no sentirse mal en muchos días. Pensaba en Nicolás, en cómo lo quería y en que quería estar a su lado toda la vida. Para ella, la mínima posibilidad de un final feliz, era un rayo de esperanza en su vida

Carla unia los cabos de su plan sin finalizar. Lo tejía maliciosamente en su mente, como la red de una araña. Pensaba en la reacción tonta que llevaría a cabo Julieta, en como se recordaría todo el curso, en como la iba a hundir, en como la iba a humillar. Quería verla llorar.
Salió del aula y la localizó, con una sonrisa radiante que pronto se haría añicos.

- ¡Julia! ¡Esperad todos! - Dijo dejandose la voz en ello. Pasó por el medio del pasillo, donde todos los estudiantes le hacían sitio, como si fuera una reina. Una sonrisa malvada se formaba en su rostro.

- ¿Q-Quieres algo, Carla? - Dijo temblando de miedo, no quería ser destruida por completo. Todo el instituto estaba en silencio, solo se escuchaba sus voces.

- Claro que quiero algo, Julia. ¿No le vas a presentar al instituto a tu nuevo novio? porque… ¿es tu novio, verdad? - Dijo con una sonrisa en la cara. A Julieta le hubiera gustado borrarsela de un puñetazo, pero no lo hizo.

- Sí, es mi vida, no te interesa. - Dijo firme Julieta, no se lo esperó de si misma - Y mi nombre es Julieta.

- Ah, pues que raro que tengas un novio tan guapo… ¿seguro que no lo has comprado para que haga el papel de un amigo con el que te besuqueas? - Dijo riendose con maldad, una risa que todos siguieron a coro.
Amigos. Julieta no había tenido nunca, se sentía sola. No le bastaba con andar por una calle llena de gente. Por dentro se sentía vacía, hasta que llegó Nicolás.
Una salada lágrima caía por la mejilla de Julieta. Era pequeña y suave, pero llena de dolor. Carla le dio donde más le dolía y le recordó lo sola que estaba.

Mientras todos miraban a Julieta entre risas, apareció él. Detrás de su novia Carla, con sus suaves cabellos rubios y sus ojos del bosque.

Apareció para salvarla de nuevo, para sujetarla, para que no cayera.

Arturo.

martes, 18 de septiembre de 2012

Capítulo 7.


Julieta despertó del mundo de los sueños para enfrentarse a la realidad. Hacía una brisa agradable y cálida que acompañaba a un bonito cielo azul despejado. Caminó hacía el armario soltando su pelo recogido en una coleta. Se decidió por unos pantalones vaqueros claros y algo cortos, una camisa de color crema acompañando el conjunto con unos finos clacetines del mismo color y que le llegaban hasta la rodilla.
Corrió a asearse para empezar con energía una nueva jornada escolar que estaba a punto de empezar.
Lo grave es que no sabía como iba a reaccionar. La chica no había tenido nunca amigos, y menos una persona con la que compartir caricias, besos y secretos, se veía envuelta en una situación muy incómoda y que nadie esperaría, ¿qué iba a hacer?


Carla se levantó con el típico mal humor de la mañana del martes. Se desató del nudo de sábanas y comenzó a escoger su ropa. Hacía frío, ya que empezaba la primavera y se iba el invierno, pero ella siempre iba muy ligera de ropa.
Cogió sin ganas una falda de tubo color granate y una camisa blanca, con puntas metálicas en los cuellos y algo transparente.

Lo primero que hacía en la mañana era mirarse al espejo, era una persona que se admiraba a sí misma en demasía, narcisista al máximo. Comenzó a lanzar falsas sonrisas al cristal en el que se veía reflejada y a cambiar la pose para poder contemplarse mejor. Cuando terminó su rutina mañanal, entró en el baño para darse una ducha donde planearía con máximo detalle su próximo ataque.



La chica salió apresuradamente de su casa, no quería llegar tarde. El instituto para ella era el peor de los infiernos por el que podía pasar un adolescente. Nadie te hablaba y te trataban como si fueras un ser invisible. Ella pasaba desapercibida. Solo quería acabar, terminar con el sufrimiento de estar acosada por todos y por todo.


En su camino al instituto en el Ferrari rojo de su padre, Carla veía pasar a los marginados de su instituto, los despreciaba, los insultaba. Ella los veía como sirvientes, personas que estaban obligadas a hacer su trabajo sucio. A veces como bufones, los utilizaba para reirse a su costa acompañada de Alicia e Irene. Carla actuaba como si fueran sus mejores amigas, pero solo eran marionetas atrapadas su telaraña, dispuestas a hacer lo que le venga en gana a su ama para ser su favorita.


Sus destinos se cruzaron al llegar al instituto a las 8:10. Julieta, con una mirada sencilla, inocente y dulce se percató de que estaba en el campo de visión de la chica con la mirada llena de odio y maldad, Carla.

- ¡Hola, Julia! ¿Sabes que tengo algo que decirte, no? - Dijo con una falsa sonrisa en los labios, estaba preparando a su presa.

- ¿Qué he hecho ahora? Y me llamo Julieta - Dijo la joven poniendo en blanco sus grandes ojos oscuros.

- Algo muy grave, Julia, ya lo verás - Dijo de espaldas al pasillo e ignorando su comentario. Giró sobre sus talones y caminó hacia la clase.

Julieta estaba asustada, no sabía lo que se iba a encontrar, todo el que se enfrentaba a Carla acababa peor de lo que estaba. No, no quería luchar. La chica se sentía felíz, pero vino el rayo que destruyó su felicidad.
De pronto, oscuridad, alguien le tapó los ojos.

- Si adivinas quien soy, te doy un premio, preciosa. - Dijo su voz dulce y aterciopelada, con un tono burlón que volvía loca a Julieta. Nicolás.

- Lo adivinaré, eres un… - Levantó sus manos y dio un fuerte pellizco en su brazo, librandose de ellos - Un llorica, eso es lo que eres. - Dijo burlona Julieta.

- Me encantas, ¿lo sabes? - Nicolás levantó su rostro con una sonrisa que iluminaba su cara. - Besó a Julieta en la punta de la nariz.

- Lo sé - Dijo ella respondiendo con uno en sus labios.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Capítulo 6.


21:30. Julieta bajó las escaleras acompañada de Nicolás, eran estrechas y oscuras. Bajaron despacio, en calma, no quería arruinar ese momento por cosas tan estúpidas como la prisa.
Cuando llegaron al portal, Julieta quedó prendada de esa mirada marina que le calaba hasta los huesos. Nicolás se inclinó hasta su boca y le dio un beso ligero, pero no por eso menos intenso. Cada vez que sus labios se rozaban, se fundian, como el hierro caliente, se hacían uno.

Se miraron a los ojos, y Julieta se dio la vuelta para llegar deprisa a su casa.


Nicolás estaba enamorado de aquella chica de oscuros cabellos, era simplemente perfecta para él, la completaba de una manera de la cuál creía que nadie podría hacerlo.
Subió hasta su piso en ascensor y en cuanto llego a este, quería dormirse, para así poder soñar con ella y tenerla de nuevo a su lado.


Julieta no podía creerselo, estuvo a punto de pellizcarse para comprobar que no fuese un sueño. No. No era posible, ¿cómo un chico que acabas de conocer te puede cambiar la vida de un momento a otro? Apareció para salvarla, como una señal. Caminaba deprisa con una sonrisa en la cara. Se sintió querida, se sintió amada por una vez en la vida.
Llegó a su casa y corrió escaleras arriba para aclarar sus pensamientos con una larga y cálida ducha.

Se reflejó en el espejo y sí, se veía, era ella. Esa chica amable, simpática y sonriente en los momentos duros, esa chica feliz que vivia en su interior. Por fin, alguien había sacado sus virtudes al exterior, Nicolás no lo sabía, pero se llevaría lo mejor de Julieta, su corazón.


Ninguno lo imaginaba. Carla, esa chica manipuladora, la que haría cualquier cosa para conseguir lo que quería, caprichosa y popular.
Sí, era de ese tipo de chicas que se esconden detrás de kilos de maquillaje y que se creen mayores de lo que son, y, aunque no lo sepan, son el hazmereir de todos.

Carla, los observó toda la tarde, y había visto el beso donde se fundían Julieta y Nicolás, lo había visto todo, el café, la subida al piso y el regreso. Todo.
Sus ojos se fijaron en el más mínimo detalle de aquella tarde, debía hacerlo.

Ella era una de las cobras que estaban atentas a tu mínimo fallo para atacarte, era la encargada de humillarte cuando te sintieras más solo y avergonzado, ella estaba ahí para hundirte, y no le importaba que tuviera que hacer para conseguirlo.

Y su próximo objetivo era Julieta.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Capítulo 5.


Ya en la cafetería, Nicolás y Julieta se sentaron en una mesa para dos y pidieron al camarero. Hacía un día precioso. Corría una suave brisa primaveral que recorría toda la plaza y hacía que las hojas de los árboles se balancearan como si el viento les estuviera cantando una leve nana. El cielo dejaba pasar al ocaso y el tapiz azul se iba tiñiendo de un tono rosado.

-Un café solo y... - Dijo el chico mirando a Julieta

-Un capuccino con crema, por favor. - Dijo la chica al camarero, el cual se despidió con un leve movimiento de cabeza.

Los dos se miraron levemente durante un instante y Nicolás empezó a sonreir, sonrisa que contagió a Julieta.

-Bueno, ¿has repasado los deberes? - Dijo vacilante Nicolás.

-No, no me ha dado tiempo... - He estado pensando en ti, le gustaría añadir a Julieta.

 -Bueno, ya tendremos tiempo arriba. - Dijo el chico, con una sonrisa en los labios. Una sonrisa tan blanca que hacía juego con sus ojos azul mar. 

 -Sí, pero te advierto que soy muy mala con geometría. 

 -No más que yo – Mentía de nuevo.

El camarero trajo en una bandeja plateada cos dos cafés humeantes y cálidos. Nicolás bebió el suyo deprisa, sin parar, los cafés solos tenía un sabor muy fuerte y Julieta prefería los suaves. Tomó su capuccino a sorbos, sin prisas, mirando al infinito y, de vez en cuando, al cielo cada vez más rosado.
Cuando terminaron, después de una pequeña riña por quién pagaba el qué, ganando Nicolás, subieron al piso de este.

Abrió la puerta, dejando paso mientras hablaba.

-Mis padres no están, todavía tienen que recoger cosas de la mudanza y cambiar papeles... un lío. - Exclamó, con una mueca marcando sus rasgos.

-Ah, vale, mis padres tampoco están, no tengo hora de volver a casa... 

-Si quieres puedes quedarte a cenar, mi madre es muy exagerada y a preparado toneladas de comida. - Dijo Nicolás, haciendo gestos con las manos. 

-No, no hace falta...

Nicolás la acompañó hasta su habitación, cerrando la puerta a su paso, cogió la cartera y empezó a sacar libretas y libros.

-Si quieres nos sentamos en el suelo, tenemos más espacio.

-Por mí... - Podríamos quedar otro día cuando no me pongas tan nerviosa, le gustaría añadir a la chica. 

-Vale, pues, ponte cómoda – Dijo con una de sus brillantes sonrisas.

La chica se sento en el suelo encima de una alfombra color verde oscuro, a juego con la habitación de Nicolás. Sacó de su cartera los libros de geometría y su estuche.

Nicolás se puso muy cerca de ella, Julieta podía oir su respiración, lo que hizo que su pulso acelerara, más aún.

Empezaron a repasar la lección y los problemas de geometría juntos, entre risas y sin prisa. La chica iba a señalar algo en la libretas cuando Nicolás le rozó el dorso de la mano. Vellos de punta. El chico lo notó. Se miraron el uno al otro, estaban tan cerca que sus respiraciones aceleradas podían escucharse a kilómetros.

Nicolás no aguanto, no le dió tiempo a recuperarse, no. Era ahora o nunca, y lo hizó. La besó. Profunda y cálidamente, con amor, con pasión, con deseo. Cerró los ojos y dejó que el momento avanzara por si solo, no hizo ningún movimiento brusco, no, se quedó quieto, no quería estropear ese momento tan importante de su vida, su primer beso, y lo estaba disfrutando como nadie antes.


Julieta se quedó petrificada, no se lo esperaba, no esperaba esa reacción del chico de los cabellos de carbón y los ojos de mar, no, no estaba preparada, lo acababa de conocer esa mañana, pero no le importaba, quería que ese momento fuera único, fuera apasionado, quería que fuera eterno. Le devolvió el beso a Nicolás, un beso todavía más fuerte, un empujón. Julieta perdió la vergüenza en ese momento, no le importaba nada.


Nicolás no pudo evitar sonreir cuando vió que la chica que ocuparía sus sueños desde ese momento le devolvia un beso más cálido, un beso de amor. Despegó sus labios de los de Julieta y cogió su rostro con ambas manos. La miró a los ojos.

-¿Juntos?

-Juntos

Y la cogió de la cintura, agarrandola fuerte, no quería que nadie se la arrebatara, no quería que huyera, solo la quería amar el solo, no quería que nadie la utilizara, que nadie le hiciera daño, y él, por descontado, no se lo iba a hacer.


Julieta se rindió a sus manos, le rodeó el cuello con los brazos y siguió besandolo, lo quería, lo amaba, hacía poco que se conocían, pero aquello era diferente, era amor. Besos. La chica recorría su nuca con las manos, exploraba su cabello sin abrir los ojos.

Sus pensamientos eran los de una chica adolescente normal, eran un completo desastre, pero esa tarde se dió cuenta de que no tenía nada claro, excepto que amaba a Nicolás.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Capítulo 4.


Julieta tenía el corazón a mil, latía tan rápidamente que creía que se le iba a salir del pecho. Era una alteración inesperada, una situación no programada. No esperaba hablar con el chico que gobernada su propio reino de Morfeo. No, quería parar, quería gritar, quería huir. Pero no lo hizo, siguió a paso ligero el camino hacia su casa, un lugar seguro.

Durante el camino no desvió la mirada del suelo, se sentía perdida, no sabía encontrar su lugar. Sus pensamientos estaban confusos, no sabía que pensar, no sabía a quien pretenecía su corazón. Lágrimas de impotencia se escondían en sus ojos, luchando por salir al exterior. Había estado delante del momento soñado durante años y no había sido capaz de reaccionar. No. No estaba echa de esa pasta, no era de ese tipo de chicas.

Ella era alegre, era simpática, era primaveral. Pero estaba en su interior, nadie lo veía, o eso era lo que ella creía.

Pero no estaba en lo cierto.


Giró la llave y la cerradura cedió. Entró en su casa cerrando la puerta tras ella. Se derrumbó, calló al suelo, no podía sostenerse, su mente era un caos, sus piernas fallaron y calló. Colocó sus piernas dobladas cerca del pecho y sus manos en la cara. No, no quería llorar. Ella era más fuerte. Julieta quería serlo. Y lo consiguió.

Hizo de tripas corazón y se levantó. Era fuerte. Cerró muy fuerte los ojos, como cuando quieres despertar de una pesadilla, un mal sueño. Ella quería despertar de su vida, mejor, de ese momento de su vida. Miró de soslayo hacia la mesilla de la entrada y había una nota al lado del bol de las llaves.

Hola, cariño:
Papá y yo vamos a estar fuera unos días, la abuela nos necesita, la han ingresado, le ha dado un ataque muy fuerte de cervicales, pero está bien, tranquila. He ido para ayudarla y preparle la comida que necesite, pero claro, tu también necesitas comida...
He preparado comida y la tienes guardada en la nevera, solo la tienes que calentar, si quieres puedes pedir una pizza, te he dejado dinero en el tercer cajón del mueble de tu habitación.
Estaremos ahí pronto, te llamaré esta noche, Besos.

-Mamá-


''Genial. Sola unos días, puedo llorar sin que nadie me pregunte por qué y podré salir sin que nadie me pregunte con quien''- Pensó- mucho mejor.''
Julieta adoraba estar sola. El silencio, ser independiente, tener libertad, era una de las muchas cosas que le gustaban. Sus tripas rugían de hambre, así que decidió calentarse un plato de los cinco que había perfectamente colocados y envueltos en la nevera.

Cuando sació su hambre decidió arreglarse, era temprano, sí, pero estaba tan nerviosa que no le importó que faltaran todavía dos horas. Se dió una ducha larga y caliente. El vapor de agua recorria todo el baño. Sentía que se ahogaba dentro de la ducha, así que salió rápidamente y comenzó a secarse el pelo. Se miró al espejo, esa joven que se reflejaba, no era ella, esa chica con la larga melena morena y esos ojos castaños, no, no era ella, pero se esfrozaba por serlo.

Abrió la puerta del baño y una bocanada de aire frio entro a esta. Caminó hasta su habitación y comenzó a escoger el conjunto para pasar una tarde con el chico que seguía en sus pensamientos desde esa mañana. Era primavera y por la tarde hacía un poco de frio, así que optó por unos pantalones vaqueros claros y una camiseta de manga por el codo de rayas rojas, típicas camisetas francesas. Cogió sus deportivas, su carpeta y cartera y un poco de dinero.

Bajó las escaleras a toda prisa, estaba muy nerviosa, no sabía si podría controlarse. En su interior, un abanico de emociones se plegaba para dejar al descubierto un desorden emocional muy notable. Abrió la puerta y salió. Las cinco, tenía una hora justa para llegar al centro así que se caminó a paso ligero por la acera. A su alerededor, las flores primaverales de algunos árboles de su barrio, se abrian a la luz del sol, un poco invernal todavía. Era lunes por la tarde y no había muchas personas por la calle, razón de más para darse prisa.

Julieta miraba los escaparates de las diversas tiendas que se encontraban en la calle que daba a la plaza principal: tiendas de comestibles, de regalos, de juguetes, de ropa... desde muy pequeña le gustaba observar los objetos que se encontraban fuera de los establecimientos, le gustaba pegarse al cristal y mirarlo todo al detalle, fijarse en todos los elementos.

Ahora caminaba con calma, había mas personas por la avenida y se sentía más segura y con tiempo de sobra. Llegó a la plaza, estaba llena de chiquillos sin ninguna responsabilidad, los años felices que se encuentran al principio de nuestra vida, cuando comenzamos a vivir. Correteaban y jugaban por la plaza, mientras que sus madres los observaban desde la cafetería de la esquina, tomando café o charlando con unas amigas. A Julieta le encantaría volver a su niñez, soñaba con disfrutar con más conocimiento de esos años, sentir la emoción de descubrir cosas nuevas e insignificantes para ella ahora, quería tener esa libertad, quería ser niña de nuevo.

Cogió su móvil y marcó el número. Un toque. Dos toques. Tres toques.

-¿Sí? - Dijo Nicolás, con una voz muy diferente por teléfono.

-¿Nicolás? Estoy en la plaza, ¿puedes bajar?

-Ya voy – Dijo el chico, con una sonrisa radiente een los labios que se podía percibir en su voz.


Julieta esperaba, mirando vagamente a las personas de la plaza, Nicolás bajaba por las escaleras, el ascensor era demasiado lento para el. Julieta no esperaba nada, Nicolás lo esperaba todo.

El chico llegó al recibidor sin aliento, bajar 5 pisos de escaleras corriendo no era muy tranquilo. Salió a la puerta y la vió:

-¡Pero qué puntual! - Dijo el chico alzando la voz.

-Pues...sí – Dijo Julieta sin saber la hora que era y asomando una sonrisa tímida bajo sus labios.

-Bueno, ¿te apetece tomar un café antes de empezar a hincar los codos? - Decía Nicolás, mirando con sus grandes ojos azules hacia la chica que le había robado el corazón esa mañana.

-No estaría mal – Dijo la chica, soltandose un poco.

Los dos caminaron despacio hasta la cafetería de la esquina, sin nada que decir, sin mirarse a los ojos, con pensamientos distintos, pero emociones iguales.
Se aproximaban a la cafetería, juntos, pero a la vez muy separados, ajenos a la chica que, desde el banco de enfrente, los observaba detenidamente.

Carla.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Capítulo 3.

Julieta sentia que su estómago era una guarida de mariposas, de miles y millones, que recorrían su cuerpo haciendo notables cosquilleos, pero nunca salían de allí. Cerraba los ojos y millones de imágenes se le venían a la mente, fotogramas de su memoria enlatados en recuerdos infinitos. No podía luchar con ellos, no podía vencerlos, solo quería que el tiempo pusiera cada cosa en su lugar.

Arturo se sentía solo, nadie lo podía llenar, nada lo podía completar, solo ella. Esa chica que pocos le prestaban atención, la chica invisible, nadie la conocía, nadie la echaba de menos. Admiraba su poder, envidiaba su invisibilidad. No quería ser popular, no quería ser conocido, solo quería salir de allí, de su cárcel de cristal.

Nicolás se había pasado la mañana de aquel día pensando en esa chica tímida y solitaria que en la nueva página de su vida, le había tendido una mano amiga. Era increíble como el rumbo de tu vida, tus pensamientos, pueden cambiar de un instante a otro, impresionante, como una persona podía calar en ti como el agua en el frío invierno.



La campana anunciaba el fin de un largo y fatigado día escolar. Julieta recogía vagamente los libros y los metía en su cartera. Cuando estaba a punto de terminar, dos manos masculinas se posaron sobre su mesa.

- ¿Te apetece quedar hoy? Me gustaría que me ayudaras con geometría, se me da fatal... - Mentía, sacaba matrícula de honor sin apenas estudiar, era un alumno excelente, solo quería pasar más tiempo con ella.

- Me parecería bien si no se me diera peor que a ti. - Dijo cortante Julieta, ese chico le provocaba unos rubores muy notables y no quería que se percatara de ello.

- Venga, entre los dos sacaremos algo, ¿vale? ¿Quedamos en mi casa a las seis? Está al lado del supermercado de la plaza, pero, te dejo mi número por si no sabes cual es, aquí lo tienes - Dijo el chico sonriente y extendiendo un papelillo con su número y dirección.- No acepto un no por respuesta, te espero allí a las seis, hasta luego - Se despidió con la esperanza de que la chica que ocupaba sus pensamientos desde aquella mañana pasara toda una tarde a su lado.

Julieta estaba absorta en sus pensamientos ''¿Por qué yo?'' se preguntaba ''nunca he pensado que fuera especial para nadie, nunca le he importado a nadie, y aparece Nicolás de la nada y me salva, como un héroe de tebeos, no entiendo por qué el destino me ha elegido a mi''. Sus pensamientos eran confusos, se sentía afortunada y, por una vez, querida, pero quedaba la gran duda de por qué el chico de los ojos marinos la había elegido a ella.

Caminó hacia la salida con prisa, andando rápidamente, eran las tres de la tarde y quería llegar rápido a su casa, quería que fueran las seis, que las agujas del reloj corrieran, que el tiempo pasara volando, quería estar de nuevo con Nicolás.

Tal era su prisa que al avanzar tropezó con alguien familiar, alguien muy conocido en sus pensamientos, levantó la cabeza y de pronto lo vió: su suave pelo rubio, sus ojos grandes y castaños la miraban de una forma extraña, eran unos ojos muy profundos, unos ojos atormentados. Arturo la cogía del brazo, sujetandola por el golpe, un encuentro casual, cosas del destino.

- Per...perdón, yo no quería... - Dijo Julieta avergonzada, sin dejar de mirar a sus ojos.

- No ha pasado nada, a lo mejor tus libros están peor que tu - dijo, asomando una pequeña sonrisa bajo sus labios y mirando hacia el suelo, donde se encontraban los libros de Julieta.

- Oh, no...no me he dado cuenta - Julieta se agachó rápidamente para recoger sus cosas, mientras que Arturo la ayudaba - No, no hace falta... Gracias.

- De nada, pero hazme un favor, anda con la cabeza hacia al frente la próxima vez, no vaya a ser que no esté ahí para recogerte, pequeña - Dijo Arturo burlón y soltando un carcajada.


A Julieta no le gustaba que la llamarán pequeña, pero esa vez no tenía sentido alguno, ya que Arturo estudiaba el mismo curso que ella. Estaba muy sonrojada, no se lo habría esperado nunca. Arturo, el chico más popular del colegio, aquel que ocupaba su corazón desde años atrás, el chico que había amado en secreto y que había sacado de sus pensamientos por un día, ese chico, le había dirigido la palabra, ese chico, del que ella estuvo enamorada. Estuvo, por que ese día todo cambió. Estuvo, por que ya no estaba tan segura de sus sentimientos.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Capítulo 2.


Julieta no lo podía creer. Durante esa mañana sus pensamientos habian estado inundados de la esencia de aquel muchacho nuevo, Nicolás. No podía concentrarse en nada, su sonrisa se le venía a la mente en cuanto cerraba sus ojos. Sabía que estaba enamorada de Arturo, que tanto años guardando ese secreto no eran en vano. Lo sabía, pero aún así, se había pasado las tres pasadas horas con los ojos cerrados.

La hora de la comida solo era una porcíón de eternidad más dentro del horario escolar. Julieta pasaba lentamente la bandeja por la barra, sin prestar mucha atención a la comida de hoy. Cuando se disponía a comer en una mesa apartada y solitaria, una figura familiar se le acercó:

- Esto…hola, no conozco a nadie más…¿Puedo sentarme contigo? - Dijo Nicolás, sujetando una bandeja en sus manos.

Julieta no se había fijado en los grandes ojos azules que hacían contraste con su oscuro pelo ondulado- Claro, sientaté- Dijo, escondiendose tras su pelo, sonrojada.

- ¿Siempre te sientas sola? ¿No tienes un grupo de amigos como los demás? - Dijo mirando de soslayo al resto del comedor.
- Cuando lleves un poco más de tiempo aquí te darás cuenta de que hacer amigos es lo de menos, además de una pérdida de tiempo - contestó, mirando fijamete su plato.
- A mi no se me da muy mal hacer amigos, pero aquí todos me miran como si fuera un bicho raro.
- Es lo que tiene ser el nuevo.

La campana del fin del almuerzo concluyó su conversación y se encaminó a seguir con la jornada escolar.

Nicolás, pensaba Julieta mientras el profesor de literatura hablaba sobre las obras de Shakespeare, es un nombre precioso, tiene unos ojos tan azules como el mar, es… sencillamente perfecto.

Y pensando, pensando y pensando… se acabó enamorando.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Capítulo 1.

En la entrada al instituto, todo se derrumbó, todo cayó... Cada vez que bajaba de su autobús, lo veía, con otras chicas más guapas, atléticas y populares que ella, con chicas mejores que ella. Arturo. Ese nombre recorría su cabeza de izquierda a derecha, una y otra vez. Arturo. El chico de sus sueños y el de muchas más, pero estaba segura de que ninguna lo quería más que ella. Arturo. Ese chico querido por todos y que vagamente se fijaba en Julieta. Arturo. El chico que le rompía el corazón.

Subía los escalones de la entrada al centro deprisa y a empujones, consecuencias de la hora punta escolar, una variedad de edades corría ante ella para no perder la primera clase de la mañana. Julieta era como una chica invisible, nadie le prestaba atención, una chica incomprendida en su ciudad. Recorrió los pasillos hasta su clase y entró rápidamente. El profesor de historia no había llegado aún, y la clase era un completo desastre. Ella dividía a los elementos de su clase en 3 grupos: los populares, aquellos que estaban atentos a todo, preparados para atacarte en cuanto pudieran, eran las cobras de la humillación, solo pretendían hundirte. Los tipos malos, aquellos que se arrepentirían en un futuro, los que no abrían los libros y les importaba todo un bledo. Y su grupo, los solitarios, que seguían estrictamente el refrán de: Come y deja comer. No molestaban a nadie, aunque todos se burlaban alguna vez.

Tras observar por un segundo el caos de su aula, se apresuró a tomar su asiento, que estaba situado al lado de la ventana y al fondo. Se sentó y, dejando su cartera en el suelo, comenzó a sacar los libros para empezar a perder toda la mañana dando clases. Cuando terminó y levantó su cabeza levemente, lo vió. El chico nuevo. Era dificil que entrara nadie a esas alturas del curso. El chico se percató de la mirada de Julieta y con una gran sonrisa, empezó a presentarse:

- Hola, soy... nuevo. Me llamo Nicolás, ¿Y tu?
- Hola...soy Julieta, ¿Dejan entrar a gente a estas alturas del curso?
- Sí y perdón si te molesto pero creía que con tanta miradita, querrías que me presentara.
- Oh...- Susurró Julieta, sonrojada- perdón, no pretendía ofenderte, solo...
- No pasa nada, era broma - Terminó con una sonrisa.

- Buenos días, clase, hoy empezaremos con la Edad Moderna, abrid vuestros libros por la página 106.- Concluyó el Profesor Matias, de muy buen humor para ser lunes por la mañana.

Cuando los profesores hablaban, Julieta solía mirar por la ventana y escapar muy lejos de allí, visitando lugares con la imaginación, pero ese día no podía dejar de mirar a Nicolás, el chico que le cambiará la vida.